viernes, 15 de abril de 2011

CAUSAS ACTUALES DE LAS AFLICCIONES Tomado del Evangelio Según el Espiritismo


CAUSAS ACTUALES DE LAS AFLICCIONES
Tomado del Evangelio Según el Espiritismo.Allan Kardec
 
4. Las vicisitudes de la vida son de dos especies, o si se
quiere, tienen dos orígenes muy diferentes que conviene distinguir:
unas tienen su causa en la vida presente y otras fuera de ella.
Remontando al origen de los males terrestres, se reconocerá
que muchos son la consecuencia natural del carácter y de la
conducta de aquellos que los soportan.
¡Cuántos hombres caen por sus propias faltas! ¡Cuántos son
víctimas de su imprevisión, de su orgullo y de su ambición!
infelices los medios de ganarse la vida con su trabajo, como las
deformidades, el idiotismo, la imbecilidad, etc.
Aquellos que nacen en semejantes condiciones, seguramente,
nada hicieron en esta vida para merecer una suerte tan triste, sin
compensación y que no podían evitar, impotentes para cambiar
por sí mismos y que les deja a merced de la conmiseración pública.
¿Por qué, pues, seres tan infelices, mientras que a su lado, bajo un
mismo techo, en la misma familia, otros son favorecidos bajo todos
los aspectos?
¿Qué decir, en fin, de esos niños que mueren en edad
temprana y no conocieron de la vida más que el sufrimiento?
Problemas que ninguna filosofía pudo resolver aún, anomalías que
ninguna religión pudo justificar y que serían la negación de la
bondad, de la justicia y de la providencia de Dios, en la hipótesis
de que el alma sea creada al mismo tiempo que el cuerpo y que su
suerte esté irrevocablemente fijada después de una estada de
algunos instantes en la Tierra. ¿Qué hicieron esas almas que acaban
de salir de las manos del Creador, para soportar tantas miserias en
este mundo y merecer en el futuro, una recompensa o un castigo
cualquiera, cuando no pudieron hacer ni bien ni mal?
Sin embargo, en virtud del axioma de que todo efecto tiene
una causa, esas miserias son efectos que deben tener una causa; y
desde que se admita un Dios justo, esa causa debe ser justa, luego
precediendo siempre la causa al efecto y puesto que aquella no
está en la vida actual, debe ser anterior a ella, es decir, pertenecer
a una existencia precedente. Por otro lado, no pudiendo Dios
castigar por el bien que se hizo, ni por el mal que no se hizo, si
somos castigados, es porque hicimos mal; si no hicimos mal en
esta vida, lo hicimos en otra. Esta es una alternativa de la que es
imposible evadirse y en que la lógica dice de que lado está la justicia
de Dios.
El hombre, pues, no es castigado siempre o completamente
castigado, en su existencia presente; pero nunca se evade a las
consecuencias de sus faltas. La prosperidad del malo sólo es
momentánea y si no expía hoy, expiará mañana, mientras que el
que sufre, sufre por expiación de su pasado. La infelicidad que en
un principio parece inmerecida, tiene su razón de ser y el que sufre
puede decir siempre: “Perdóname, Señor, porque he pecado”.
7. Los sufrimientos por causas anteriores, son, con frecuencia,
como los de las faltas actuales, consecuencia natural de la falta
cometida; es decir, que por una injusticia distributiva rigurosa, el
hombre sufre lo que hizo sufrir a los otros; si fue duro e inhumano,
podrá a su vez ser tratado con dureza y con inhumanidad; si fue
orgulloso, podrá nacer en una condición humillante; si fue avaro,
egoísta, o si hizo mal uso de su fortuna, podrá ser privado de lo
necesario; si fue mal hijo, podrá sufrir con sus propios hijos, etc.
Así se explican, por la pluralidad de existencias y por el
destino de la Tierra como mundo expiatorio, las anomalías que
presenta la repartición de la felicidad y la infelicidad entre los
buenos y malos en este mundo. Esa anomalía no existe en
apariencia, porque se toma su punto de vista desde la vida presente;
pero si uno se eleva con el pensamiento de manera que pueda
abarcar una serie de existencias, se verá que cada uno recibe la
parte que se merece, sin perjuicio de la que le es dada en el mundo
de los Espíritus y que la justicia de Dios jamás es interrumpida.
El hombre nunca debe perder de vista que está en un mundo
inferior, donde sólo es mantenido por sus imperfecciones. A cada
vicisitud debe decirse que si perteneciese a un mundo más elevado,
eso no ocurriría y que de él depende no volver más a este mundo,
trabajando por su perfeccionamiento.
8. Las tribulaciones de la vida pueden ser impuestas a los
Espíritus endurecidos o muy ignorantes para hacer una elección
con conocimiento de causa, pero son elegidas libremente y
aceptadas por los Espíritus arrepentidos, que quieren reparar el
mal que hicieron e intentar hacerlo mejor. Tal como aquél que
habiendo hecho mal su tarea, pide que se le permita empezarla de
nuevo para no perder el beneficio de su trabajo. Estas tribulaciones
son, pues, a la vez, expiaciones por el psoportado en este mundo sea, necesariamente, el indicio de una
falta determinada; con frecuencia, son simples pruebas escogidas
por el Espíritu para acabar su depuración y apresurar su
adelantamiento. Así, la expiación sirve siempre de prueba, pero la
prueba no es siempre una expiación; mas, pruebas o expiaciones,
son siempre señales de una inferioridad relativa, porque lo que es
perfecto no tiene necesidad de ser probado. Un Espíritu puede,
pues, haber adquirido un cierto grado de elevación, pero queriendo
avanzar más aún, solicita una misión, una tarea a cumplir, por la
que será tanto más recompensado si sale victorioso, cuanto más
penosa haya sido la lucha. Tales son, especialmente, esas personas
de instintos naturalmente buenos, de alma elevada, de nobles
sentimientos innatos, que parece que nada trajeron de malo de su
existencia precedente y que sufren con una resignación muy
cristiana, los mayores dolores, pidiendo a Dios para soportarlos
sin lamentaciones. Por el contrario, se pueden considerar como
expiaciones las aflicciones que excitan las quejas y conducen al
hombre a revelarse contra Dios.
El sufrimiento que no excita lamentaciones, sin duda, puede
ser una expiación; pero más bien es un indicio de que fue escogido
voluntariamente y no impuesto, y la prueba de una fuerte resolución,
lo que es señal de progreso.
10. Los Espíritus no pueden aspirar a la felicidad perfecta
sino cuando son puros; toda mancha les cierra la entrada en los
mundos felices. Lo mismo sucede a los pasajeros de un navío
infestado por la peste, a los que les está prohibido entrar en una
ciudad hasta que se hayan purificado. Los Espíritus se despojan
poco a poco de sus imperfecciones en sus diversas existencias
corporales. Las pruebas de la vida adelantan cuando se sobrellevan
bien; como expiaciones, borran las faltas y purifican; es el remedio
que limpia la llaga y cura el enfermo; cuanto más grave es el mal,
más enérgico debe ser el remedio. El que sufre mucho, debe decirse
que tenía mucho que expiar y alegrarse de curar muy pronto;
depende de él hacer este sufrimiento provechoso con su resignación
y no perderle los frutos con las lamentaciones, sin lo cual tendría
que empezar de nuevo.asado que castigan y pruebas
para el porvenir que preparan. Rindamos gracias a Dios que en su
bondad concede al hombre la facultad de la reparación y no lo
condena irrevocablemente por la primera falta.
9. Entre tanto, no es necesario creer que todo sufrimiento soportado en este mundo sea, necesariamente, el indicio de una
falta determinada; con frecuencia, son simples pruebas escogidas
por el Espíritu para acabar su depuración y apresurar su
adelantamiento. Así, la expiación sirve siempre de prueba, pero la
prueba no es siempre una expiación; mas, pruebas o expiaciones,
son siempre señales de una inferioridad relativa, porque lo que es
perfecto no tiene necesidad de ser probado. Un Espíritu puede,
pues, haber adquirido un cierto grado de elevación, pero queriendo
avanzar más aún, solicita una misión, una tarea a cumplir, por la
que será tanto más recompensado si sale victorioso, cuanto más
penosa haya sido la lucha. Tales son, especialmente, esas personas
de instintos naturalmente buenos, de alma elevada, de nobles
sentimientos innatos, que parece que nada trajeron de malo de su
existencia precedente y que sufren con una resignación muy
cristiana, los mayores dolores, pidiendo a Dios para soportarlos
sin lamentaciones. Por el contrario, se pueden considerar como
expiaciones las aflicciones que excitan las quejas y conducen al
hombre a revelarse contra Dios.
El sufrimiento que no excita lamentaciones, sin duda, puede
ser una expiación; pero más bien es un indicio de que fue escogido
voluntariamente y no impuesto, y la prueba de una fuerte resolución,
lo que es señal de progreso.
10. Los Espíritus no pueden aspirar a la felicidad perfecta
sino cuando son puros; toda mancha les cierra la entrada en los
mundos felices. Lo mismo sucede a los pasajeros de un navío
infestado por la peste, a los que les está prohibido entrar en una
ciudad hasta que se hayan purificado. Los Espíritus se despojan
poco a poco de sus imperfecciones en sus diversas existencias
corporales. Las pruebas de la vida adelantan cuando se sobrellevan
bien; como expiaciones, borran las faltas y purifican; es el remedio
que limpia la llaga y cura el enfermo; cuanto más grave es el mal,
más enérgico debe ser el remedio. El que sufre mucho, debe decirse
que tenía mucho que expiar y alegrarse de curar muy pronto;
depende de él hacer este sufrimiento provechoso con su resignación
y no perderle los frutos con las lamentaciones, sin lo cual tendría
que empezar de nuevo.
 

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